viernes, 4 de septiembre de 2015

LA MEJOR ESTRELLA

Le dolió tanto que le dejó de doler al minuto y medio. Pasados unos días el dolor se hizo tan insoportable que tuvo que salir corriendo en mitad de la madrugada para que el viento se tragara las lágrimas. Le tocó la parte más difícil: llorar en soledad. No le asustaba estar sola, pero en aquellos momentos, en los que tocaba fingir normalidad, sólo podía correr en contra del viento. Sólo el aire conocía su dolor, nada ni nadie más. Cuando se cansó de correr se sentó en un banco con olor a lluvia, encendió un cigarrillo y miró al cielo. Le gustaba contar las estrellas, una tras otra, una tras otra. El cielo estaba despejado y podían verse bien. El dolor fue remitiendo pero las lágrimas resbalaban por su rostro sin ningún esfuerzo, sin ningún pensamiento previo que les diera permiso para hacerlo. Sólo necesitaba un momento, unas horas, tal vez unos días, luego todo volvería a la calma. De eso estaba segura. Era mucho más fuerte de lo que algunos creían, ni ella misma conocía el valor exacto de su fortaleza. Pero lo era, sin duda. Pese a su apariencia frágil tenía un alma de hierro, y eso la salvaba. Empezaba a tener cada vez más frío, había salido de casa con un vestido corto y estaba sentada encima de un charquito de agua. No se percató de que el banco también había llorado, igual que ella. Pero le dio igual, siguió contando estrellas hasta que sus dedos empezaron a temblar. Entonces se levantó y empezó a caminar lentamente. No se le iba el frío del cuerpo, añoró entonces el calor de un abrazo, la calidez de una sonrisa, de un encuentro. No había nadie en la calle, y tampoco en su pensamiento. El aire se había llevado de golpe todos los recuerdos. Hasta él fue cruel, no le dejó nada por lo que respirar. Pero se tenía a ella misma, la fortaleza de su espíritu la resucitaba cada vez que caía sin tocar el suelo, porque en realidad sus caídas eran en cojines blandos. Todo acabaría pasando, sólo era cuestión de tiempo. Unas horas, unos días, unas semanas... El cielo le tenía reservada una sorpresa que no tardaría en llegar. Su alma tenía esa certeza, y su alma jamás se equivocaba. Que llueva, que siga lloviendo hasta que el asfalto se convierta en arena, que truene y caigan relámpagos, que se derrumben edificios y sueños, porque la estrella que más brilla será para ella. Cuando vuelva a salir corriendo en mitad de la noche será para recogerla, y la abrazará con tanto amor que no volverá a perderla. Duerme dulce niña, duerme y elige la que más brilla.

Meritxell

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