jueves, 24 de septiembre de 2015

PARADOJA

Las canciones de cuna despiertan a los adultos, adúlteros adulterados con sonajeros que no hacen ruido. El camino sale al encuentro si se busca y las flores crecen si no se pisan. La danza de la naturaleza no tiene mandamientos, y bajo un cielo amarillo que quema de agradecimiento se encuentra el tesoro de la vida. Hagamos de este día un planeta desconocido y enterremos el hambre, hasta que una paloma blanca se pose en la ventana con un mensaje en su pata y la mandemos de vuelta con alpiste de colores. Se prevén lluvias de corazones para los próximos días y viento fresco, llegan nuevos aires y hay que sacar los abrigos y las mantas. La música suena dentro de los probadores y la ropa cae amontonada hacia un lado, los percheros no soportan tanto peso. Una canción hace estallar las alarmas; las personas salen corriendo, se atropellan las unas a las otras, pierden los zapatos, los bolsos, los monederos, los pies se juntan con la cabeza y las emociones con la lógica. Estamos perdidos en el infierno, donde Dios fuma marihuana y el Diablo reza un Padre Nuestro. Pero no tarda en llegar el orden, el caos despide un humo desagradable y ahuyenta a las palomas, que están perdiendo el rumbo y no saben dónde posarse. Los destinatarios han salido de los probadores, desnudos sin paraguas, para empaparse bajo la lluvia de corazones dejando todas las ventanas cerradas. Paradoja.
 
Meritxell



martes, 22 de septiembre de 2015

LA SOMBRA DE LOS SUEÑOS

En la esquina solitaria se duermen los sueños vestidos de verde y una colina despierta cada mañana con los primeros rayos del sol. He visto amanecer tantas veces que me he olvidado del color de la noche, de los destellos lunares que atraviesan las almas de los sonámbulos y rompen los últimos cristales que siguen vivos. Se ha cometido un crimen en la calle del miedo, la paralela a la calle de la esperanza. Un perro famélico se consume de tristeza y escalofríos, y un anciano con sombrero gris ve pasar fotogramas en blanco y negro sentado en la butaca del tiempo. Entrego mi cuerpo desnudo a la sombra que me persigue y la abrazo con pensamientos de oro y plata, corrijo mi existencia y la comparto con el viejo cansado de ver el mundo descolorido. El perro se está lamiendo las costillas y una pareja asoma por la esquina de la calle solitaria. Andan deprisa y se ríen, se dan empujoncitos y se detienen cuando llegan a la altura del perro. Se oye un estruendo y los cuatro nos miramos sin articular palabra. Se han roto los cristales del escaparate de los sueños vestidos de verde, el perro huye asustado y cuatro sombras nos persiguen para llegar a la colina de oro y plata, donde los pensamientos cambian de atuendo y el sentido común se evapora para no ser descubierto. Ésta es la historia sin sentido de un perro que quería llegar a viejo, de un viejo que soñaba con correr como un perro y de una pareja que se quedó sin besos por doblar la maldita esquina de la calle del miedo.
 
Meritxell

lunes, 21 de septiembre de 2015

VERDADES AL DESCUBIERTO

Recupero el disfraz y entro en mi propio sueño. El agua en la cara me trae de vuelta a la realidad y despierto de golpe. Están siendo unas semanas complicadas. El trabajo se me acumula y le robo horas a la noche para poder terminarlo a tiempo. Agradezco el silencio de la madrugada, esas horas en las que la humanidad se ausenta y deja de sonar el teléfono. Mis manos van solas, los dedos se mueven a una velocidad de vértigo y me asusta convertirme en una adicta correctora. Creo que llego tarde, en mi intento por despejar la mente no puedo dejar de revisar textos, y cuando los termino invento otras historias. Ahora mismo lo estoy haciendo, he olvidado de ponerme las gafas y siento que me lloran los ojos, pero aquí sigo, inmóvil delante del ordenador y escribiendo hasta que vea doble y mi cabeza explote.  La literatura es para mí un descubrimiento, estoy llegando a la conclusión de que detrás de cada idea, de cada palabra se esconde la vida de alguien. No hay escritor sin sueños frustrados, es así. Adolfo se reía esta tarde ante mi ataque de pánico. A veces colaboramos juntos cuando nos apremia el tiempo, pero en esta ocasión me voy a comer el marrón yo solita. De todos modos, él también es de los que se queda escribiendo hasta altas horas de la madrugada. Somos dos correctores extraños y solitarios, o dos gilipollas. Ahora me estoy riendo al imaginármelo sentado en su silla rotatoria peleándose con algún texto científico, de esos que yo nunca acepto porque sé lo que implican. Yo prefiero las novelas románticas o ensayos sobre filosofía, por poner un ejemplo. Hay escritores con talento, ésa es la verdad, pero las editoriales no apuestan por ellos porque no son conocidos. Ya va siendo hora de que se sepa que tras un autor de renombre siempre hay un corrector o 'negro literario' que le ha escrito el libro. Yo misma lo he hecho en un par de ocasiones, hasta que decidí dejar de hacerlo por una cuestión de amor propio. En el sector editorial la ciencia ficción es el género por excelencia, y sé de lo que hablo. Me da mucha pena reconocer que son muy pocos los escritores auténticos, y que las editoriales no apuesten por los jóvenes talentos por cuestiones económicas. La literatura es arte, y como tal debería estar más valorada y las empresas editoras abiertas a propuestas innovadoras. Y que no vendan el rollito de los concursos literarios, que a estas alturas todos sabemos que están amañados. Cuando contacta conmigo una persona llena de ilusión porque quiere presentar su libro a un concurso literario siempre le digo lo mismo: yo te lo corrijo, y te doy mi palabra de que tendrás un libro impecable, pero olvídate de ganar el concurso. Entiendo que, en ese momento, la persona se quede muerta de la impresión, pero soy sincera. No me gusta jugar con las ilusiones de nadie y no permito que otros lo hagan. Ya va tocando que caigan los disfraces y que cada cual sueñe su propio sueño en vez de ser parte del de los demás. Porque los sueños de los otros nunca te llevarán a ninguna parte, ni real ni no real. A ninguna parte.

Meritxell
 

XIAOMEI

No le gustó lo que vio cuando pasó por delante del espejo. Era él mismo pero con diez años más. Había envejecido de golpe. El espejo irrumpió en su camino mientras andaba hacia ninguna parte, pero se detuvo para recrearse en sus miserias. Xiaomei le había dejado con la sonrisa puesta del revés, y con una carta que aún guardaba en el bolsillo de su americana color beige. La conoció en el tren, de camino a París. Le llamó la atención de inmediato, aunque nunca se había sentido atraído por las mujeres asiáticas sintió curiosidad por entablar conversación con ella. Parecía una mujer culta, no había levantado la vista del libro que tenía entre las manos durante las dos horas que llevaban de viaje.
Cuando le pidió permiso para sentarse a su lado, Xiaomei respondió en un español muy claro sin dejar de leer. Tardó unos minutos en preguntarle cómo se llamaba. Entonces ella cerró el libro y le miró con una dulzura que le atravesó todas las vísceras. Era ella, sin lugar a dudas, la mujer que llevaba esperando tantos años. Le invadió de repente una sensación extraña. Estaba sentado en un tren, de camino a París, al lado de una mujer oriental que acababa de conocer y que quería seguir conociendo sin saber porqué.
-¿Sabes que eres muy bonita? -le soltó sin pensárselo.
Xiaomei se acurrucó en su hombro como si se conocieran desde siempre y empezó a llorar.
-¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras? Lo siento mucho si te he incomodado -se disculpó.
- No, no es eso. ¿Puedes besarme? -le propuso sin temor a que se formara un mal concepto de ella. ¿Podrías darme un beso de verdad?
No supo a qué se refería con un beso de verdad, pero lo hizo lo mejor que pudo, y sintió que había sido el beso más auténtico que había dado jamás.  Sus labios tenían sabor a crema de cacahuetes y eran muy suaves. Estuvieron rato besándose, hasta que Xiaomei dejó de llorar. No imaginaba que París le fuera a gustar tanto, y que años después lo añorara con la misma intensidad que ella le pedía que la besara entre lágrimas, porque cada vez que lo hacía de sus ojos brotaban diamantes transparentes.
Había leído tantas veces la carta que se la sabía de memoria:
" Gracias por haberte sentado a mi lado. Gracias por tus besos y por París. Tú hiciste mi viaje más agradable. Ahora tengo que irme. No me busques, no preguntes por mí, no me encontrarás. Donde yo voy no puedes venir, créeme. Me gustaría que cada vez que te subieras a un tren pensaras en mí, y cuando pasees por las calles de una hermosa ciudad te imagines que me llevas de la mano, y cuando beses a otra mujer, porque sé que lo harás, y yo quiero que lo hagas, cierres los ojos en el último momento y me veas a mí. París siempre estará en el mismo lugar. Ve de vez en cuando y siéntate en el parque donde le dimos de comer a las palomas. Será la manera de tenerme a tu lado. Ahora me voy, no puedo decirte dónde, de verdad que no puedo".
Viéndose reflejado en el espejo se sintió patético. Xiaomei, Xiaomei... ¿Pero qué has hecho?
 
Meritxell



viernes, 18 de septiembre de 2015

DE NOVELA

Quedan muy pocos días, menos de los que me gustaría. Dedico tantas horas a la literatura que creo vivir en un mundo paralelo. Pero si no escribo, muero. Así de sencillo, así de complicado, porque cuando me asomo al mundo, muy de tanto en tanto, vuelvo corriendo y me encierro con mis personajes de cuento. Sin ellos la vida no tendría ningún sentido. Los amantes de las letras me entenderán. Un libro no es una historia cualquiera, y escribir no es sólo juntar letras. Un libro es vida y muerte, desde el principio hasta el final. Te sientes identificado con alguno de los personajes y se produce una especie de simbiosis que durante un tiempo te convierte en un vegetal. O en una hortaliza, que para el caso es lo mismo. Si el libro es bueno te quedas plantado y echas raíces. Es como si te sembraran en un huerto, al lado de una patata, y tú fueras una zanahoria grande y naranja. Cuando me solicitan la corrección de un libro lo primero que pregunto es si se trata de una corrección de ortotipografía o de estilo, aunque siempre acabo haciendo las dos, para suerte del autor. Los hay más 'rechistones' (le acabo de meter una patada al diccionario de la RAE en toda regla, pero me concedo el honor porque no viene mal inventarse algún vocablo para salir de la monotonía), y los hay más permisivos. Los autores somos muy maniáticos, que alguien meta la tijera en nuestra obra es como si  mataran a nuestro bebé. Cuesta admitir sugerencias y no somos receptivos al cambio, pero un buen corrector siempre sabe cómo hacer su trabajo. En mi caso, todas mis correcciones siempre las justifico razonablemente. Lo bueno de escribir es que empatizo con la sensibilidad del autor y eso nos lleva a entendernos a las mil maravillas. Hasta aquí todo bien. El problema viene cuando no puedes parar de escribir. Esta noche tenía previsto salir y en el último momento he optado por quedarme en casa haciendo lo propio, lo que me venía en gana. Y es que ésta es la clave y la esencia de la vida: hacer lo que a uno le viene en gana. Ahora es cuando mi amigo Fran Lorente me diría que soy 'una estrecha' porque me cuesta salir. Tal vez esté en lo cierto, pero cuando te acostumbras a vivir entre libros y entablas una relación tan directa con los personajes reniegas, en parte, a los que andan sueltos. Tu vida se convierte, entonces, en una gran obra. Tú eliges los personajes, el entorno, las circunstancias, el clima, el paisaje, los detalles... Dar una vuelta por 'el otro mundo' no viene mal, sirve para comparar. La vida es una alegoría, yo lo veo de ese modo. Siempre al revés del mundo, o el mundo del revés. Qué importa eso mientras haya libros que nos cobijen entre sus páginas y nos den lo que necesitamos en ese momento. Son los libros mis mejores amigos, los que nunca fallan.

martes, 15 de septiembre de 2015

SMILE

Día de luz y gloria. Maravilloso espectáculo el nuestro. ¿Subiste tú el telón o fui yo? Tal vez lo hicimos ambos. No recuerdo dónde he dejado tu sonrisa. Creo que está en el cajón de la mesita de noche, o en el cuarto de baño, o en la cocina, o lo más probable es que siga dentro de mí. Se han quedado los platos sin fregar y tu perfume en todo mi espacio, que ahora es más tuyo que mío. Estabas muy bonita con ese vestido, debes saber que me gusta vestirte como si fueras una muñequita, y peinarte y que te quedes muy quieta mientras lo hago. No puedo evitar besarte para darte mi aire cuando te quedas sin respiración. Es lo que tiene lo nuestro, que nos oprime el pecho. No es sólo cosa tuya. Acabas de salir por la puerta y ya te echo de menos. ¿Quién eres tú? ¿Me lo dirás algún día? Estoy pensando en comprar un par de sonrisas nuevas para cuando se nos acabe ésta, aunque lo veo imposible, nunca me había encontrado con una sonrisa tan interminable, tan agotadora, porque cariño mío, me tumbas. Ha sido un día fabuloso, siento que no hayamos salido a dar un paseo, pero no me apetecía compartir tu sonrisa con nadie. Espero que algún día te suceda lo mismo, ¿te das cuenta de lo mágica que es la vida? Ya te lo dije el primer día, que todo es magia, y tú no me creías, te reías con esa sonrisa deliciosamente desquiciante, y perdona que insista en lo mismo, pero es que siento que me vuelvo loco. La locura forma parte de la magia, de tu mágica sonrisa que jamás se podrá llevar el viento. Cuando llegues a casa y te quites el vestido piensa en mí. Hazlo despacio, como yo te he enseñado, y paséate desnuda. Yo te llamaré a las once y cuarto, tal y como hemos quedado. Estoy deseando que llegue la hora, mientras tanto aquí sigo, tumbado y despedazado por tu sonrisa asesina.
Hasta dentro de un rato, amor mío.
 
Meritxell

jueves, 10 de septiembre de 2015

EFECTO PASAJERO

 
Salió a la calle sin paraguas, la sensación de no quedar protegida la excitaba. El agua resbalando por su cabello la llevó a fantasear con aquel momento de placer de hacía algunos años, en una calle desierta de madrugada. Era un hombre de estatura media, de unos cuarenta años, muy bien vestido y con olor a loción de afeitado. Se detuvieron en una angosta calle iluminada sólo por una farola alta. Dejaron de caminar al unísono, como si se hubieran leído el pensamiento tras unos segundos de silencio. Él la sostuvo entre sus brazos y la empujó suavemente hacia la pared de piedra rugosa. Le levantó la falda sin pedirle permiso y acarició su entrepierna mientras la besaba con ímpetu. Ella no se quejó, le gustaba sentirse deseada por aquel individuo sin nombre. Se habían conocido unas horas antes, cuando fue a pagar el té con limón y el camarero le dijo que estaba invitada. Entonces, señaló al señor que estaba en la puerta y que la miraba con una sonrisa. Llevaba rato observándola, casi una hora. Había llegado sola buscando un rato de intimidad, algo que la sacara de la rutina del día a día, y no se percató de que estaba siendo observada y deseada desde el momento en que se sentó en la silla roja. Limpió la mesa con una servilleta de papel para que no se le ensuciara el libro, una novela histórica algo aburrida pero que no quería dejar de leer. Le quedaban cinco páginas para terminar el libro cuando le empezó a invadir un aburrimiento feroz. Era una cafetería pequeña que empezaba a llenarse de gente y paraguas mojados. Se quedó pensativa unos instantes, observando la lluvia a través de los cristales y el ir y venir de las personas con paso apresurado. Su único pensamiento era que no tenía paraguas; sin embargo, estaba dispuesta a beberse la lluvia a tragos.
No se presentó, le bastó con una sonrisa y un gracias por haberla invitado. Él se ofreció a regalarle un paseo y una copa en un local que quedaba bastante alejado de donde estaban. Empezaba a oscurecer pero le apeteció el plan. A fin de cuentas, estaba sola y cansada de leer. Cualquier historia que quedara encerrada en un libro empezaba a sacarla de quicio, quería vivir su propia historia, darle vida a los capítulos. Era un local acogedor y poco iluminado, el típico refugio para los enamorados. Él le dijo:
 
- Me enamoré de tus ojos nada más verte. Pensarás que estoy loco, que soy un chiflado, y puede que tengas razón, pero tus ojos me han enamorado.
 
Ella le devolvió el cumplido con una sonrisa. No tenía ganas de hablar, pero la sinceridad que él mostraba sin miedo a ser catalogado de loco se merecía una gran sonrisa. Eran dos personas solitarias con ganas de quererse por un día, por unas horas, sin importarles nada más.
 
- ¿Damos un paseo? - le propuso cogiéndole la mano.
Ella asintió con la cabeza sin preguntar nada.
 
Pasearon durante un largo rato cogidos de la mano hasta llegar a una calle estrecha y solitaria. Un gato negro salió de detrás de un contenedor y de un salto se coló por la ventana de lo que parecía un local abandonado. Él se moría de ganas por besarla, y ella de que la besara. Pudo sentir su respiración agitada cuando la abrazó y la apoyó contra la pared mojada. La lluvia hizo el resto.
 
-¿Volveremos a vernos? Dime que volveré a verte -le susurró a modo de súplica. Dime cuándo te veré de nuevo.
 
Ella se bajó la falda y se recogió el pelo con un coletero que llevaba de pulsera.
 
-No sé, no tengo respuesta para eso.
 
Meritxell
 
 
 
 
 



lunes, 7 de septiembre de 2015

PASEANDO CON EL OTOÑO

Otoño: qué hermosa estación. Creo que uno se siente identificado con la estación del año en la que ha nacido, es como una marca de nacimiento. A mí el otoño siempre me ha gustado especialmente, me sugiere muchas emociones, y todas buenas. Tiene un olor peculiar, como a madera recién barnizada. Me viene al pensamiento una hoja de árbol marrón y seca, pero con un profundo aroma. Me gusta mucho más que cualquier rosa o flor de primavera. Lo digo en serio, ahora me encantaría que alguien me regalara una hoja seca, de esas grandes con las puntas arrugadas. Tiene el encanto de la experiencia, que no es poco.
El otoño es mi sol, mis vacaciones y mi verano. Echando la vista atrás, recuerdo que las mejores cosas me han pasado siempre entre los meses de septiembre y octubre. Entiendo por 'mejores' cualquier cosa que implique un cambio, porque para bien o para mal, los cambios son importantes. Un cambio implica subir un peldaño en la escala de la experiencia, un aprendizaje, una hoja seca más en el camino de la vida. Un ramillete de hojas secas es lo que se me antoja en este momento. Cerca de mi casa hay un parque muy grande. Cuando queda poca gente suelo darme un paseo y sentarme en la hierba. Ahora está llena de hojas muertas, pero que han vivido lo suficiente. Cada una guarda un recuerdo, una historia, habrán sido pisadas por miles de zapatos con diferentes recorridos,  habrán sido trituradas o mordidas por los perros, pero todas han sido y son hojas de la vida, capítulos de un libro inédito. ¡Ay otoño!  Ya te acercas sin hacer ruido, pero puedo sentirte muy cerca. Me encantas, sencillamente eso, me encantas.

sábado, 5 de septiembre de 2015

EN LA PISTA DE BAILE

Una hermosa canción, un camino, tres piedras, humo. Unos pies descalzos, una ventana abierta, un niño jugando en la calle con un balón de plástico. Respiro luz y tinieblas. Empieza el juego. Empezamos a jugar sin fichas ni tablero. Llevo ventaja, vas perdiendo. Acércame el cenicero e invítame a un cigarro. No te rías, si lo haces no me concentro. He dicho que pares, que no te rías, me estoy enfadando. Muy bien, ya me he enfadado. Te gusta que tenga carácter, pero no me molestes en mitad de la partida. ¿Te importaría subir el volumen? Es mi canción preferida, ¿te gusta? Por tu gesto intuyo que no. Cuando acabe la partida tendré que enseñarte a bailar. Plas, plas, plas. Tres piedras en tu camino y un solo vals. Llevo puesto el vestido que tanto te gusta, y voy descalza, ten cuidado y no me pises, soy de porcelana. Mueve ficha, es tu turno. Espera, dame un minuto, me levantaré para cerrar la ventana. ¿Sientes eso? ¿Puedes sentirlo? Haz el favor de no reírte tanto, parece que nunca hubieras jugado con una novia de blanco. Vaya, terminó la canción, muevo ficha y cambio de disco. ¿Qué tal algo con más ritmo? Es tu turno, mueve, no tenemos toda la tarde. Me aburren las partidas interminables, hay que ser más rápido. Ahora acércame eso, no hagas preguntas, ya te he dicho que me desconcentras. Cierra los ojos y abre la boca, te daré a probar algo que te gustará. Mientras, sigue pensando hacia qué lado moverás la ficha, te sigo llevando ventaja, piensa, piensa... Sí, te prometo que luego bailaremos algo, pero de momento no abras los ojos. Ahora me estoy riendo yo, no me ves porque tienes los ojos cerrados, pero me lo estoy pasando bien. La música sigue sonando, me pondré los zapatos para concederte el baile, bailar es muy fácil, más de lo que crees, sólo agárrate a mí y sigue mi ritmo. Si te sueltas te caerás, sujétate fuerte pero sin apretar. Plas, plas, plas, ¿qué tal? Lo estás haciendo muy bien. Muevo la última ficha, pero no me sueltes, ya alargo yo el brazo. Baila, muévete, déjate llevar, puedes pisarme que no me harás daño, llevo los zapatos. Da un pasito, y otro, y otro más, ahora te giro y me das la espalda, te vuelvo a girar, abres los ojos y ves a una novia de blanco con zapatos y una sonrisa contagiada en el rostro. Fumemos un cigarro, no ha estado mal.

Meritxell

viernes, 4 de septiembre de 2015

LA MEJOR ESTRELLA

Le dolió tanto que le dejó de doler al minuto y medio. Pasados unos días el dolor se hizo tan insoportable que tuvo que salir corriendo en mitad de la madrugada para que el viento se tragara las lágrimas. Le tocó la parte más difícil: llorar en soledad. No le asustaba estar sola, pero en aquellos momentos, en los que tocaba fingir normalidad, sólo podía correr en contra del viento. Sólo el aire conocía su dolor, nada ni nadie más. Cuando se cansó de correr se sentó en un banco con olor a lluvia, encendió un cigarrillo y miró al cielo. Le gustaba contar las estrellas, una tras otra, una tras otra. El cielo estaba despejado y podían verse bien. El dolor fue remitiendo pero las lágrimas resbalaban por su rostro sin ningún esfuerzo, sin ningún pensamiento previo que les diera permiso para hacerlo. Sólo necesitaba un momento, unas horas, tal vez unos días, luego todo volvería a la calma. De eso estaba segura. Era mucho más fuerte de lo que algunos creían, ni ella misma conocía el valor exacto de su fortaleza. Pero lo era, sin duda. Pese a su apariencia frágil tenía un alma de hierro, y eso la salvaba. Empezaba a tener cada vez más frío, había salido de casa con un vestido corto y estaba sentada encima de un charquito de agua. No se percató de que el banco también había llorado, igual que ella. Pero le dio igual, siguió contando estrellas hasta que sus dedos empezaron a temblar. Entonces se levantó y empezó a caminar lentamente. No se le iba el frío del cuerpo, añoró entonces el calor de un abrazo, la calidez de una sonrisa, de un encuentro. No había nadie en la calle, y tampoco en su pensamiento. El aire se había llevado de golpe todos los recuerdos. Hasta él fue cruel, no le dejó nada por lo que respirar. Pero se tenía a ella misma, la fortaleza de su espíritu la resucitaba cada vez que caía sin tocar el suelo, porque en realidad sus caídas eran en cojines blandos. Todo acabaría pasando, sólo era cuestión de tiempo. Unas horas, unos días, unas semanas... El cielo le tenía reservada una sorpresa que no tardaría en llegar. Su alma tenía esa certeza, y su alma jamás se equivocaba. Que llueva, que siga lloviendo hasta que el asfalto se convierta en arena, que truene y caigan relámpagos, que se derrumben edificios y sueños, porque la estrella que más brilla será para ella. Cuando vuelva a salir corriendo en mitad de la noche será para recogerla, y la abrazará con tanto amor que no volverá a perderla. Duerme dulce niña, duerme y elige la que más brilla.

Meritxell