domingo, 5 de junio de 2011

LA LECTURA DEL OLVIDO

Cada vez dejo más espacios en blanco cuando hablo, cuando escribo, cuando pienso. Los libros no deben volver a abrirse cuando se han cerrado, porque las letras van cambiando de forma y no las reconocemos. Palabras del pasado leídas en diagonal que nos traen recuerdos horizontales, tan planos que se perciben como ensoñaciones. La tentación de hojearlo una vez más, sólo una vez, es más fuerte que la voluntad. Mi almohada me susurra que lo haga, es fácil, sólo tengo que alargar el brazo y cogerlo de la mesita de noche, donde permanece desde el día en el que tú decidiste cerrarlo. Querías leer algo diferente. Eso no fue tan fácil, tuviste que obligarme y herirme hasta hacerme llorar. Entonces lo cerré, y juré que jamás volvería a abrirlo.
Contigo saboreé la tentación, y la perversión, leíamos nuestros cuerpos deletreando todos sus rincones: o-j-o-s, n-a-r-i-z, b-o-c-a, o-r-e-j-a, e-s-p-a-l-d-a, c-u-e-ll-o, s-e-n-o-s, n-a-l-g-a-s, p-u-b-i-s... en las posiciones más incómodas y calientes. El placer de la lectura no entiende de posturas cómodas, la literatura creativa se plasma en el libro de la vida, el que no está escrito con tinta sobre papel. El mejor libro es el del presente, con espacios en blanco para escribirlos a nuestra voluntad.