martes, 30 de diciembre de 2014

ADIÓS 2014

Soy la musa del olvido. Del olvido voluntario, el que se elige libremente y no compromete. 
Detesto los malos modales, las impertinencias y la esclavitud. Soy la musa del olvido porque, simplemente, así lo decido. Estoy en mi derecho de olvidar. Se me ocurre que podría hacer un trato con el destino, ahora que acaba el año. Pero hasta eso me compromete. Prefiero la libertad del momento, la que se respira con cada segundo, que viene y se va para siempre... Tal vez la vida sea eso: momentos.  Olvido, porque así lo decido, a las personas que ofenden con sus modales. Olvido, porque así lo decido, las injusticias y la ingratitud. Olvido, porque así lo decido, mi situación presente, pues el presente acaba de terminar. Se fue con el último segundo suspirado.
Cuando acabe el baile habré olvidado del todo. Y en ese momento, tal vez el único que dura para siempre, recordaré -entonces sí- todo cuanto decidí no olvidar. A fin de cuentas, qué es un año más sino otro momento inerte.





martes, 21 de octubre de 2014

HASTA LUEGO, CEREBRO


Hago una pausa y me golpeo el cerebro contra la mesa. Sólo necesito un momento. Que las palabras digan lo que quieran sin que ningún pensamiento se interponga. Que irrumpan fulgurantes desde el vacío, desde la nada, desde esa parte desconocida que casi nunca habla. Tengo el cerebro cansado, pero las letras llegan del alma. Tal vez escribir consista en eso, en dejar que las letras se amontonen solas. Sólo necesito un momento más. Que nadie llame a la puerta ni suene el teléfono, estoy reunida con mi cerebro aplastado. Creo que le duele el golpe. Cuando el ajetreo se calme llegará el mensaje que tanto espero, trayendo nuevos aires. Las letras siguen amontonándose; una tras otra, una tras otra... tienen prisa por recomponer las piezas del hemisferio derecho. No importa mucho si  muere en el intento, tendría descanso eterno.
Desearía conocerte más a fondo para matarte, sólo para eso. Matarte por secretismo, por ignorancia, por hastío. Morirías recordando los paseos bajo el sol de la Toscana, las noches de tormenta leyendo algún libro de literatura clásica. Te mataría por ti, para que  descansaras. Sencillamente para eso. Voy a tener que darte algún analgésico, algo que te quite el dolor y te entretenga hasta entonces. No te preocupes, encontrarás otros alicientes en paisajes diferentes, y contarás las manzanas de los árboles,  cantarás y bailarás, y hasta puede que te enamores de alguien que te ame con la misma intensidad. Tú y yo pasaremos a la historia.  De hecho, ya lo estamos haciendo. Se nos quedaron cosas pendientes, pero contamos muchas manzanas y escribimos grandes cuentos. Necesito un momento, sólo otro momento.

domingo, 27 de julio de 2014

UNA HISTORIA REAL

Soy devota de la Virgen desde muy pequeña. Había en el colegio una gruta en la zona de recreo, justo detrás de los columpios, con la imagen de la Inmaculada Concepción. Era una talla austera pero muy grande, al menos así la percibía yo, dada mi corta edad. Cada mañana, a la hora del almuerzo, le llevaba mi desayuno y me quedaba un buen rato hablando con ella. No recuerdo qué le contaba porque era muy pequeña, pero abría la bolsita de tela y le dejaba lo que hubiera dentro, me arrodillaba delante y así me quedaba hasta que oía de lejos el ruido del silbato de la hermana Teresa avisando que había terminado la hora del recreo.
La hermana Teresa era una mujer mayor, tendría unos setenta años más o menos, muy menuda y con una paciencia infinita. Conmigo, desde luego, la tenía porque me dedicó mucho tiempo hasta que entendí que se leía de izquierda a derecha y no al revés. En un principio pensaron que era disléxica, pero luego supieron que era por testarudez.
- Hermana, hermana... -le gritaba mientras corría hacia ella y la agarraba del brazo para que viniera conmigo- la Virgen se come lo que le dejo...
- ¿ Y qué le dejas, hija? -preguntaba sorprendida.
- Mi desayuno - le contestaba sin entender el motivo de su asombro.
Para mí era normal. Le dejaba el desayuno y al día siguiente ya no estaba, y eso sólo tenía una explicación posible: que a la Virgen le gustaba.
La hermana Teresa sonreía y me acariciaba la cabeza con ternura mientras cogía aire. La había llevado al galope hacia la gruta para mostrarle el milagro. Claro que para mí no era un milagro, y para mi padre, quien me preparaba el desayuno cada mañana, tampoco. Durante semanas, y hasta que la hermana Teresa dio la voz de alarma, esperaba con impaciencia la hora del recreo para correr hacia la gruta y darle de comer a la Virgen porque se me metió en la cabeza que estaba mal alimentada. A partir de ese momento, le encomendaron al hermano Enrique que me vigilara. Pero yo seguía yendo a la gruta después de comérmelo todo y le decía a la Virgen que no se enfadara, que no me dejaban llevarle más comida pero que le llevaría otras cosas. Y así fue. Le llevaba pequeñas flores y hasta una caja de rotuladores. Al final me dejaron por imposible y el hermano Enrique dejó de vigilarme. Un alivio para él porque según tengo entendido le pisaba para escaparme. 
Mi abuelo paterno, que en paz descanse, era muy creyente también. Iba cada domingo a misa y se confesaba con el padre Rubén. A veces me acerco a verle sólo porque me recuerda a él. Cuando perdió la memoria de lo único que no se olvidó fue de rezar, así que cuando iba a verle nos pasábamos la tarde rezando. Yo empezaba y él seguía, y si se perdía volvíamos a empezar. Al final rezaba sólo yo y él me miraba. Me gustaría pensar que algo entendía.
Mi devoción por la Virgen permanece intacta. Intento ir a Lourdes una vez al año por una promesa, y sigo creyendo en los milagros. Una vez creí que la Virgen se comía mi desayuno y pintaba con mis rotuladores. Ahora creo que hace mucho más.

ESO QUE LLAMAN AMOR

Cuanto más escribo sobre el amor menos conozco su significado. Pero sé que dejarse querer es hermoso y también  amar desde la libertad y la ignorancia. Amar de esa manera te sentencia al fracaso, pero te salva de la condena. El fracaso sentimental es una soledad vocacional, elegida libremente. Sin embargo, la condena es un castigo impuesto que puede durar toda la vida.
Sé que el amor verdadero no conoce reglas ni compromisos, ni expone argumentos con lógica. Las exigencias pertenecen al instinto, algo mucho más vulgar. El sexo obliga a firmar y hay que leerse con lupa la letra pequeña. 
Sé que es más fácil escribir sobre el amor que vivirlo con toda su crudeza; ensuciar papeles en blanco con gemidos que hasta los sordos oyen. Sé eso y poco más.
No sé si mañana, o pasado mañana, me sentiré fracasada o condenada. Tampoco me preocupa que no me ames porque creo saber que nunca me has amado, pero me asusta la idea de dejarte de amar algún día de esos en los que se confunde la vocación  con la imposición,  la libertad  con la condena, porque entonces sabría que lo que creo saber hoy no me ha servido de nada.



martes, 17 de junio de 2014

QUÉ IMPORTA

Qué importa si te tengo o no te tengo,
si tenerte es acercarme a ti con un recuerdo.
Llora el cielo y los cristales recogen sus lágrimas,
y entre erratas, correcciones y compuestos léxicos, cojo aire y pienso
qué importa si te tengo o no te tengo.
Si sólo el amor conoce el lenguaje del silencio,
las pasiones carnales no entran en el juego,
y mientras  pienso si te tengo o no te tengo,
si tú me tienes o no me tienes,
si la distancia es un regalo o un precio,
pienso también que poco importa saber si
te tengo o no te tengo,
pues tenerte es saber que te pienso y no tenerte es no llevarte en el pensamiento.




domingo, 8 de junio de 2014

LAS CAJAS DE LA VIDA

Dentro de una cajita de madera hay escondido un secreto. No tiene forma, porque no existe para nadie, ni color porque no puede verse. Sospecho que alguien conoce mi secreto, pero desconoce sus límites. Me gustaría cambiarle el nombre. La palabra secreto no me gusta demasiado, no soy de las que esconde sus sentimientos, aunque cierto es que lo importante me lo reservo. Hay intimidades que no le interesan a nadie, y es una manera de evitar malentendidos o males mayores. Las personas aburridas con sus vidas suelen entrometerse en las ajenas, casi siempre sin permiso, así que prefiero cerrar las puertas. La cajita, en este caso. Empleo el diminutivo porque mi secreto no necesita tanto espacio, las cajas grandes servirían para las vidas caóticas que suelen llevar las personas sin rumbo y, por suerte, yo todavía no lo he perdido. Soy perseverante en mis sentimientos e ideas si son profundas y tienen fundamento, pero no me aferro a nada. Si no recuerdo mal, alguna vez he hablado del yo fenoménico, que tanto detesto. La libertad es el estado perfecto, todos deberíamos aplicarnos el cuento. Demasiadas normas para una sociedad que está podrida. Es por aparentar, el civismo es inexistente cuando la doble moral se impone en todos los ámbitos, así que menos sermones moralistas y más pragmatismo. Me quedo con la sensación de que estoy sola en el mundo. Mi idea de ampliarlo me tienta, mas al mismo tiempo me acojona. Sería muy egoísta por mi parte pensando del modo que pienso. Es complicado arrancar nuevas etapas mientras la cajita sigue cerrada. Y yo, que me tengo por una buena cristiana, pienso que Dios no opina lo mismo. Ando enfadada con él, aunque no sé por qué le meto en esto. Bueno, se me ocurren unas cuantas ideas que prefiero no exponer, no por falta de ganas, sino por no abrir la cajita ni lo más mínimo. Algún día, quién sabe, la destape para siempre y sople fuerte, bien fuerte, para que el viento se lleve lo que hay dentro. El caso es que siempre digo lo mismo, pero luego no lo hago porque en el fondo no quiero. Hay secretos que nos ayudan en el día a día. Lo jodido sería encerrarse en la cajita hasta dejar de respirar aire puro, que siempre hay que hacerlo.
La vida es sueño, como decía el gran Calderón de la Barca, o un carnaval, como cantaba Celia Cruz.
Entre sueño y carnaval me quedo con lo primero, hay más margen de maniobra, y si le añadimos alguna cajita de secretos más intenso será nuestro trayecto por la vida, no sé si llamarla de gloria o de mierda. Depende del momento.

sábado, 7 de junio de 2014

EL CHINO DE LA ESTACIÓN

Era un chino de nombre Zhang Wei que llevaba un pañuelo azul anudado en el cuello. Hiciera frío o
calor, no se desprendía de él y, por alguna razón, siempre pensé que le encadenaba a su presente. Tal vez por su mirada y por la manera en la que caminaba, arrastrando los pies como si la vida le aplastara. Todas las mañanas iba a la estación del tren y se sentaba en el primer banco del andén esperando a que alguien se apeara. Nunca llegó nadie. Lo sé porque le veía llegar todas las mañanas a las siete en punto, con su pañuelo azul en el cuello, y sentarse con las manos entrelazadas. Durante meses le observé cada día, esperando ver algún movimiento o reacción distinta a las anteriores, algo que me hiciera pensar que tenía un motivo para sentarse y esperar. Uno de los días me atreví a acercarme y me senté a su lado. Él no se inmutó, seguía con las manos entrelazadas, pero advertí que le temblaban. Con la espontaneidad que me caracteriza, le pregunté si se encontraba bien. Tuve que repetir la pregunta porque la primera vez no me oyó. Estaba ensimismado mirando el suelo, como si contara cada una de las manchitas de las baldosas grises. Ante mi insistencia, me miró y asintió con la cabeza.
Cuando no esperaba respuesta, exclamó en un español muy poco claro:
- Estoy esperando.
- No vendrá - contesté sin pensar.
No sé por qué dije aquello, pero tuve la certeza de que, fuera quien fuese, o lo que fuese, no llegaría jamás. Llevaba demasiado tiempo esperando.
Al chino le cambió la mirada, parecía más apenado.
- Me llamo Zhang, Zhang Wei - añadió.
Sonreí y omití mi nombre, no procedían las presentaciones, además acababa de llegar mi tren.
- Tengo que irme -dije sin más.
Al día siguiente, a la misma hora, le vi llegar y ocupar el mismo asiento. Seguía esperando, pero no quise inmiscuirme. Zhang Wei me reconoció de inmediato e hizo un gesto de cortesía. Me estaba invitando a sentarme a su lado, y me pareció bien.
- ¡Qué! -exclamé en un tono animado- ¿sigue esperando?
Volvió a asentir con la cabeza.
Entonces, haciendo caso omiso a mi primer pensamiento sensato, le inquirí:
- ¿ Qué es lo que espera?
El chino sonrió por primera vez y susurró:
- A ella.
No contesté, por unos segundos me vino el pensamiento de que no estaba cuerdo. Pero reconozco que su vulnerabilidad me enternecía y me estaba acostumbrando a verle cada día, sentándose en la misma posición, con las manos unidas y su pañuelo de seda azul en el cuello. Después de tanto tiempo no sospeché que ese día sería el último que le viera. Pasaron unas semanas y el chino seguía sin aparecer. Era extraño. Mi curiosidad me tentó nuevamente y sin pensármelo dos veces me dirigí a ventanilla para preguntar por él. Después de tanto tiempo, Zhang Wei  no podía haber pasado desapercibido. En efecto, el taquillero le conocía.
- ¡Ah sí, ese chino! -pronunció en un tono que no me gustó porque sonó despreciativo.
Era de prever -prosiguió- después de lo de su mujer... no quedó claro si fue un accidente pero el tío quedó tocado y, ya hace unas semanas, creo que fue un sábado porque yo libraba, se tiró a las vías. ¿Le conocías? -añadió.
Me costaba respirar y a duras penas pude pronunciar palabra.
La estaba esperando, la esperaba a ella, y yo le dije que no esperara, que no llegaría jamás. Esa idea me quita el sueño.  Zhang Wei, el chino del pañuelo azul en el cuello que me dio su nombre y, posiblemente, su última sonrisa, ha dejado de esperar.


sábado, 1 de marzo de 2014

VIDA, SIMPLEMENTE

Un aplauso a la vida, que se sale siempre con la suya. Tiene su propia metodología, es fácil, no requiere esfuerzo. Hoy amanecemos con un plan y nos vamos a dormir con otro; la vida nos lo ha impuesto. Sólo ella rompe contratos, despidos improcedentes. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, final. Empezamos de nuevo: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, inicio. La vida toca el timbre, abrimos la puerta, sorpresa, viste de luto. Estamos en el cinco y no sabemos si cerrar la puerta. Es impresionante no saber dónde te encuentras. Suena genial. No podemos hacer nada, ninguna sugerencia, las lecciones de vida para los fracasados, que se les da muy bien. Hay que renacer, cada día, cuando abrimos la puerta y nos encontramos con la vida con un cinco o un tres entre las manos. Suena más tentador que genial decirle adiós y cerrarle la puerta en las narices, pero eso también lo decide ella. Indemnización. Eso sería lo justo. Mañana seguro que sale el sol. Llamarán a la puerta y será la vida con un ocho repartido en las dos manos, elegiremos una o las dos, pero el sol seguirá brillando. Así es la vida, así los humanos.

martes, 25 de febrero de 2014

RIGIDECES

"Los afectos, y más concretamente la vida afectiva, son incompatibles con las rigideces que configuran la vida de algunas personas, que parecen estar en la existencia únicamente para cumplir un deber, seguir un criterio o sujetarse a una norma. Son gente que han hecho del cumplimiento el sentido de su vida, todo lo demás –incluidas las personas y sus circunstancias particulares- quedan relegadas a un segundo lugar, porque al andarse con contemplaciones no entra en sus cuadriculados esquemas mentales. Además se sienten terriblemente inseguras –desorientadas- cuando la vida –que no es ni rígida ni cuadriculada- los descoloca de su instalación hecha de imposiciones que tratan de cumplir a rajatabla; suelen ser intransigentes con los demás y muy poco expansivos en sus afectos, porque para este tipo de personas la felicidad viene por el cumplimiento del deber y poco puede añadir el trato afectuoso. Maquillan esta seriedad existencial con cuidadas formas propias de una educación exquisita, pero se mantienen al margen de entrar en situaciones particulares que a lo mejor entrarían en conflicto con su normativa. Muchas veces prefieren mirar hacia otro lado antes que darse por enteradas. Lo que fundamentalmente les falta es humanidad, porque dan la impresión de que no se han enterado de lo que es la vida o al menos quieren dar esa impresión. De otra persona le pueden interesar los detalles (el nudo de la corbata, por ejemplo), pero no caen en la cuenta de la tristeza que anida en sus ojos. Les preocupan las programaciones, los objetivos, las fechas, los plazos, el éxito o el fracaso, pero con tantas y tan variadas preocupaciones el factor humano no es tenido el cuenta, se da por supuesto que el hombre es una máquina que siempre está en condiciones para funcionar con perfección. Las personas rígidas, por lo menos algunas de ellas, terminan derrumbándose aparatosamente y cayendo en una profunda depresión de la que ya no se recuperarán nunca, porque la tensión, el peso moral, el esfuerzo, los escrúpulos, son superiores a la resistencia psíquica que el hombre puede soportar. La espontaneidad, la creatividad, la autoestima, la improvisación, la manifestación de nuestros sentimientos y emociones, el sentirnos queridos y querer, manifestar nuestra humanidad, el no obsesionarnos en los formalismos y en cambio dar muestras inequívocas de nuestro afecto, nos hubieran tal vez librado de una existencia excesivamente normalizada (y/o depresiva)."
La afectividad- Los afectos son las sonrisas del corazón, Miguel Ángel Martí García

jueves, 20 de febrero de 2014

EMOCIONES CRISTALIZADAS

Podría ponerle un nombre a cada emoción,  a ver si así rompo todos los cristales. Nombres de personas, sucesos, lugares... Es como si las emociones estuvieran esperando detrás de una ventana para que alguien de un porrazo las dejara caer al vacío. Pero hace frío para romper ventanas, y viento para abrirlas. Cierro los ojos e intento, en vano, pensar. Porque los pensamientos vienen regidos por las emociones y las mías están muy acostumbradas a no pensar. Están ocultas tras los cristales, aunque a menudo se agitan y saltan pidiendo auxilio. Suicidarse les encantaría, pero no sé por qué extraño motivo yo me resisto. A mí me enseñaron a saltar a la comba y a las gomas elásticas, el deporte de alto riesgo no es lo mío. Tendría unos seis o siete años cuando me caí por primera vez. Lo recuerdo porque me untaron las rodillas con una mercromina muy poco discreta; de color lila. Debí hacerme mucho daño, o pasar mucha vergüenza,  porque desde ese día no volví a saltar. Aprendí a volar, a llegar más rápido, con una  mochila repleta de emociones que no he llegado a soltar.
Si insisto en la idea de ponerle nombre a las emociones encontraría unos cuantos para cada una de ellas. Los nombres propios abrirían viejas heridas, y no me apetece volverme a untar de mercromina las rodillas, ni ninguna otra parte del cuerpo. Soltar la mochila sería la mejor opción, pero hasta para eso encuentro pretextos. Tirarla al vacío sería como renunciar a mi pasado, a todas las personas que, para bien o para mal, me han enseñado algo. Me pregunto si en mi mochila hay más mío o de los demás. Encontrar ahora la respuesta sería abrir de golpe las ventanas, o lo que es peor, romper todos los cristales. Mejor esperar al buen tiempo, la primavera es una estación muy propia para empezar a airear todos los rincones.

martes, 14 de enero de 2014

SI PUDIERA...

Si pudiera explicarte con palabras... sólo si pudiera... y es tan complicado... tan inoportuno... tan cansado... La vida es caprichosa, ilógica, cruel. Elegimos y lo hacemos mal, y no rectificamos por el miedo de hacerlo peor. Hasta los valientes tenemos miedo, cuando nos enseña los dientes echamos marcha atrás. El miedo y el tiempo son una combinación explosiva. El tiempo te va consumiendo y se lleva los sueños, las esperanzas, el amor... y las decisiones equivocadas que bien podrían haber sido aciertos. Suele suceder que lo correcto se quede en un recuerdo, en un no saber qué hubiera pasado. La incertidumbre causa un tremendo dolor porque se acaba transformando en remordimiento, pero avanzamos aun sabiendo que nos estamos equivocando porque desconocemos el valor del tiempo. En el fondo somos unos ignorantes. Cuando el miedo gana la batalla hay que buscar nuevos frentes, no se puede luchar con un enemigo tan fuerte. Si pudiera explicarte con palabras... sólo si pudiera... y es tan complicado... me lo has complicado tanto...