domingo, 7 de febrero de 2010

EMPEZAR DESDE CERO

" Me invade el pensamiento la palabra misterio.
Hay personas que me llevan a abrirme y otras que hacen que me cierre. ¿Qué pasa?
Creo que en parte ocurre y que en parte soy yo quien decide abrirse o no con determinada persona en tal o cual momento.
Siempre está rondando el miedo a la entrega, a sufrir, a desestabilizarnos, a perder todo lo que fuimos logrando con la construcción de nuestra identidad.
Me interesa el tema de la química con el otro, tal vez porque ahí está el misterio.
Por ejemplo, me impacta comprobar cómo podemos mirar a una persona ahora y rechazarla y, sin embargo, en un instante o dos, al cambiar de mirada, sorprendernos amándola.
Esto se vincula con aquello que hablábamos sobre la supuesta identidad... Y esta es la paradoja del vínculo amoroso: todo el tiempo somos otro, y el otro... El otro también es otro.
La propuesta es aceptar esto y ver qué día se produce el encuentro y qué día no: aceptar estas idas y venidas de la relación como algo que es así, sin esperar otra cosa, y no exigirnos sentir siempre lo mismo. Admitir con placer el movimiento de las emociones y, por supuesto, aceptar que el otro también tenga esta conducta. Darse permiso para vivir lo misterioso de las relaciones, como decía el poema que te leí aquel día en el bar:
"Si sabes cómo relacionarte con tu marido o con tu esposa no estás verdaderamente casado, simplemente estás aplicando psicología.
Siempre que una relación es real, se está creando y recreando momento a momento".
Pienso que esta dinámica de lo real también opera sobre la personalidad. Me refiero al ser en pareja y el ser de cada uno. La personalidad es un vehículo para llegar a ser; disolviéndola llegamos a la captación de nuestra esencia.
La personalidad se identifica con una parte del ser a la cual le asigna el valor de la totalidad. Es importante tomar conciencia de que somos el ser y no sólo la posición con la que nos identificamos.
La mente tiene la capacidad de definirnos de cierta manera, como si al ser de tal o cual forma no pudiéramos ser de ninguna otra. Éste es el mecanismo que nos impide ser completos.
Damos por sentado que somos el yo que nuestra mente ha construido y no advertimos que ese yo es algo que se ha formado en el pasado, que tiene sus raíces allí y que su lealtad va dirigida a cosas que ocurrieron entonces, hechos y recuerdos más o menos distorsionados que estamos sosteniendo y tratando de mantener u ocultar. En consecuencia, no podemos estar totalmente presentes porque estamos atados a las cosas del pasado que nos determinaron para crear nuestra identidad.
Pieza a pieza, el yo estructurado es una resistencia a la presencia incondicional.
El trabajo consiste en cambiar nuestra lealtad hacia el yo construido, el yo habitual, en el sentido vasto del ser, al que podríamos denominar nuestra verdadera naturaleza, que está fuera de las barreras de nuestro yo construido y que no puede ser contenido dentro de ellas.
Tenemos que estar preparados para apartarnos de nuestra personalidad, para dejar que pierda fuerza, para agradecerle que nos haya ayudado a sobrevivir hasta ahora, pero aceptar que ya no nos sirve.
Estamos acostumbrados a vivir dentro de ella: no sabemos qué se siente al dejarse llevar sin el freno de nuestra identidad. Nos da miedo y es muy difícil adentrarnos en los lugares oscuros de nuestro ser y abandonar nuestra vieja y conocida identidad. El hecho de dar y recibir amor se convierte en una tarea muy ardua si no estoy decidido a abandonar mi vieja estructura. No es que podamos tomar la decisión de dejar nuestra vieja identidad y conectarnos inmediatamente con nuestro ser. Si fuera tan fácil todo el mundo lo haría, porque todos buscamos amor. De distintas maneras, todos buscamos querer y ser queridos, aceptados, considerados, etc.
No se trata de librarnos de nuestro yo construido, ni de romperlo. Ni siquiera es cuestión de criticarlo o condenarlo de ninguna manera. Hacer esto sería un error, porque es un paso en el camino. Ha tenido y sigue teniendo una función.
A veces las diferencias entre la estructura y la esencia no son tan rígidas, pero siempre son importantes. La estructura está basada en el pasado, la esencia es siempre presente.
La estructura es reactiva, en cambio la esencia es abierta y no reactiva.
La estructura está relacionada con tratar de hacer, con el esfuerzo. Por el contrario, la esencia es sin esfuerzo, es no hacer.
La estructura está siempre mirando algo, queriendo algo, necesitando algo, siempre hambrienta y deficiente. La esencia está llena, no necesita nada.
La estructura está mirando hacia fuera. La esencia se asienta en sí misma.
Welwood nos anima a alejarnos de la idea de un yo estructurado. Él propone directamente que conectemos con el vacío en vez de esforzarnos por llenarlo con una falsa identidad.
Pero esa sensación de vacío se vive como una gran amenaza a nuestra estructura. De hecho, todo el proyecto de identidad es un método de defensa para no sentirla.
La mente no puede agarrar el vacío. La mente crea las historias sobre el vacío como si fuera un agujero negro. El yo construye una barrera y todo lo que está fuera de ella nos parece peligroso.
El yo estructurado transforma esa conducta temerosa en una necesidad vital, consiguiendo que la vida acabe girando permanentemente alrededor del peligro que implica el vacío.
Creo que estaremos mucho más vivos si nos atrevemos a darnos cuenta de que no estamos necesariamente obligados a saber en todo momento quiénes somos, y que no tenemos por qué asegurar exactamente y al detalle qué se puede esperar de nosotros.
Debemos darnos cuenta de que sí podemos (y quizás debemos) lanzarnos a la experiencia de lo que deviene sin encadenarnos a un yo que nos limite a unas pocas respuestas conocidas.
Estas ideas podrían ayudar a estar en pareja, porque permitirían aflojar viejas ataduras y, sobre todo, porque liberarían también a nuestros compañeros de viaje de sus propios condicionamientos individuales".
Jorge Bucay

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