sábado, 27 de febrero de 2010

VICIOS ANCESTRALES

Recomiendo un libro que he leído esta noche de un tirón: Vicios ancestrales.
Aconsejo su lectura a todos los apasionados de la literatura divertida.
La historia comienza el día en que un magnate inglés decide dar rienda suelta a su retorcida maldad para dirigirla nada menos que contra sus propios parientes y socios de la multinacional que él preside. Para ello utilizará los servicios de quien en teoría es su principal enemigo, un profesor universitario de ideología izquierdista y notable ingenuidad para las cosas de la vida, a quien encarga la redacción de una historia de su familia. Pero si el arranque ya es disparatado, el desarrollo será la locura. La silla de ruedas automática con la que se desplaza el viejo Lord Petrefact adquirirá vida propia; el catedrático se sentirá estimulado eróticamente por una subnormal que adorna su cocina con fotos de hombres musculosos; alguien cometerá un crimen involuntario y todos los indicios señalarán a un inocente. Y esto no es más que un breve resumen de la serie de dislates que se suceden en esta historia de venganzas maquiavélicas y pasiones reprimidas, de confusiones y tropiezos, caídas y desastres, en la que Tom Sharpe demuestra encontrarse en plena forma, tan capaz como siempre de tejer la trama más descabellada y conducirla hasta el más rocambolesco final.
..." Por un lado, esa sexualidad se expresaba a base de ciertos sentimientos delicados y cierta devoción distante, inspirados los unos y la otra por algunas mujeres que ya estaban casadas y que ni se fijaban en él. Por otro, tenía unas manifestaciones más siniestras: una auténtica erupción de fantasías e irreprimibles ensoñaciones diurnas en las que se veía haciendo cosas, y dejándose hacer otras, tan notablemente sensuales que luego sentía terribles culpas y hasta sospechaba que quizá fuese un perverso. En pocas palabras, Walden Yapp tenía treinta años, pero en los asuntos sexuales era como si todavía estuviese en la pubertad.
Como antídoto contra estas fantasías incontrolables trabajaba más que nunca y, cuando la tensión era insoportable, cedía a lo que él llamaba el vicio onanista, de acuerdo con la terminología que le habían enseñado. Por suerte, como miembro del seminario que trataba de la Discriminación sexual en la Industria Algodonera, 1780-1850, había leído algunas cosas de R.D. Laing, y fue para él muy tranquilizador comprobar allí que, según este eminente psicólogo, la masturbación podía ser para algunos individuos el acto más honesto del que eran capaces. Aunque lo cierto es que no quedó convencido del todo. El individualismo entraba en conflicto con sus opiniones colectivistas, y a pesar de ciertos malabarismos semánticos de Doris, quien afirmó que en la masturbación se podían combinar las dos tendencias, Yapp estaba seguro de que para la plenitud humana eran necesarias las relaciones interpersonales, preferiblemente llevadas a cabo en plan comunitario. Sus instintos eran, sin embargo, de otra opinión, y seguían empeñados en emerger hasta su conciencia con sus solitarias y desconcertantes erupciones.
Y así, tendido en la cama, y libre de la presencia real de las abundantes carnes de Mrs. Coppett, que tanto le habían asustado, su imaginación transformó a Rosie en la apasionada criatura de sus fantasías. De hecho, Mrs. Coppett se parecía muchísimo a su amante imaginaria, sobre todo por su falta de inteligencia. Yapp estaba perplejo ante esta particularidad de sus sueños. Si bien adoraba desde lejos a ciertas mujeres inteligentes y de gran moralidad, su lujuria despertaba más bien ante la imagen de mujeres maduras y desprovistas de intelecto. Mrs. Coppett encajaba perfectamente en este modelo. Yapp imaginó que estaba acostado con ella, que le besaba sus enormes pechos, que los labios de ella se apretaban contra los suyos y que la lengua de Mrs. Coppett...
Yapp se sentó en la cama y encendió la luz. No podía ser. Debía poner freno a estos sueños irracionales. Buscó a tientas la carpeta que contenía la correspondencia familiar que Lord Petrefact le había enviado, e intentó con ella exorcizar aquellas imágenes, pero Mrs. Rosie Coppett, como si fuese un maravilloso súcubo, no desapareció. Al final Yapp lo dejó correr, apagó la luz y trató de actuar con toda la honestidad posible. Pero de nuevo se encontró con un problema. La cama crujía tan rítmicamente que le impedía concentrarse en lo que estaba haciendo sin sentirse turbado, y también acabó dejándolo estar. Hasta que por fin cayó en un sueño agitado, y a la mañana siguiente despertó con la sensación de que le ocurriría algo extraño"...

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