jueves, 16 de julio de 2015

EN MI TINTA, COMO SIEMPRE

Qué placer sentarme a escribir para mí. Ésa es la regla de oro: escribir para uno mismo antes que para los demás. Si luego alguien te lee, miel sobre hojuelas. Ahora tengo tiempo de contarme un cuento. De esos con final feliz, que tanto me gustan. El calor entra por la ventana y mi cabeza no para. Tengo dos manuscritos encima de la mesa, unos cuantos mensajes por contestar y la lengua bañada en tinta roja. Eso me pasa por morder lo que no debo. Una fea costumbre la de mordisquear los bolígrafos, y muy peligrosa. Puedo describir el sabor de la tinta con una precisión asombrosa, soy experta en degustaciones exóticas. Cualquier día de estos escribiré una entrada sobre el tema. Se me ocurren unos cuantos productos, o sustancias, merecedoras de atención: tinta, almizcle, tiza, plastilina...  Que no se me olvide comentarle a mi alergólogo que como tinta, y que no lo hago a propósito, lo que sucede es que al boli se le suelta la tripa. Cuando estoy más concentrada, ¡boom! Me escupe en toda la cara. Pero tiene una justificación profesional. Yo creo que le coge estrés y somatiza, seguro que es eso. Ahora que pienso, prefiero la tinta que las lentejas. Mi abuela me obligaba a comerlas un día a la semana, y mi abuelo, que era un santo y le daba pena verme sentada delante del plato mareándolas con la cuchara, me echaba un cable cuando la abuela se despistaba. Comía de su plato y del mío al mismo tiempo; cucharada iba, cucharada venía, y todo eso procurando que no se percatara porque de lo contrario me llenaba más el plato. A veces me las pasaba por el pasapuré para ver si así me las comía, pero qué va, era mucho peor, me daban unas arcadas que me moría. A día de hoy sigo sin poder verlas. Las legumbres en general me dan escalofríos. Y es que donde se ponga una buena tinta roja y fresca que se quite el resto. Voy a ver qué hago con mi lengua. Me cepillaré los dientes y brindaré con un colutorio mentolado,  a ver a lo que sabe. Chinchín.

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