sábado, 18 de julio de 2015

ALAS DE PAPEL

Detrás de las cortinas podía contemplarse un hermoso jardín. Había dejado la puerta abierta por descuido y una mariposa revoloteaba aturdida entre el visillo, golpeándose contra  los cristales. Era la última mariposa del mes de agosto. A ratos se quedaba quieta, pensativa, para luego sacudir las alas con fuerza. De repente, sorprendiéndome a mí misma, la tenía agarrada entre mis dedos pulgar e índice. Sus alas, blancas y frágiles, parecían estar a punto de romperse. Me moví muy despacio para no asustarla mientras avanzaba por el salón en dirección contraria al jardín. Todavía no quería soltarla. Retener a una criatura tan vulnerable me daba poder, una especie de autoridad indiscriminada y cruel. Pero no quería hacerla daño, sólo admirarla. Su fragilidad la hacía más bella. Cuando dejó de resistirse me asusté. Ya no movía su cuerpo ni intentaba escaparse. Pensé que había muerto, como aquel pajarito que encontré malherido y adopté para salvarle la vida. Durmió en el calor de mi pecho cuatro noches, pero a la quinta no llegó. Cuatro noches de insomnio porque cada veinte minutos le daba de comer papilla con una jeringuilla. Fue como cuidar de un enfermo, o de un bebé. Me costó muchas lágrimas aceptar que había muerto. Me apresuré a llegar al jardín para dejarla libre. Hacía un buen día. Me saltó a los ojos el verdor de la hierba y el rojo intenso de los geranios. La luz del sol empezaba a escaparse y una bandada de pájaros atravesaban las nubes. La vida desfilaba más libre y soberana que nunca por delante de mí. Separé con delicadeza mis dedos y la mariposa zigzagueó en el aire. Le llevó unos segundos adaptarse a la libertad recobrada, pero enseguida se posó en una flor, donde permaneció un largo instante. Parecía no querer irse. Me sentí aliviada al verla llena de vida, agitando sus alas transparentes como si se despidiera de algo, tal vez de mí. 
Era tan libre, tan fuerte y frágil a la vez, tan sencillamente hermosa...
 
Meritxell

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