lunes, 31 de mayo de 2010

LOS MOMENTOS NUNCA SE QUEDAN

En realidad la vida se compone de momentos. Me hacen gracia las personas que se adjudican un estado de felicidad o fatalidad permanente.
La felicidad no es un estado inalterable, así como tampoco lo es la fatalidad.
Todo está continuamente en movimiento y nada es para siempre. De lo que se trata es de aceptar las reglas del juego y no enfadarse cada vez que se pierde.
Personalmente, no soporto el victimismo ni la debilidad. El mundo no está hecho para cobardes ni vulnerables, al menos la sociedad que entre todos hemos constituido. Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos porque así lo hemos decidido. Hay decisiones que se convierten en grandes aciertos pero hay otras que nos llevan de cabeza al precipicio y luego nos lamentamos y, a veces, culpamos a los demás de nuestros errores. Sería mucho más fácil y llevadero asumir de una vez por todas que los únicos responsables de nuestra vida somos nosotros mismos y no los demás. Culpar al resto de una situación injusta me parece un gesto de cobardía y egocentrismo desmesurado, ya que cualquier reacción ajena es consecuencia de una actitud nuestra. Esto es así, mire como se mire.
¡Ah claro! Siempre está el típico compañero de trabajo que por envidia te pone la zancadilla. Pues hasta en ese caso la culpa es nuestra. Seguro que si fuéramos más inteligentes y jugáramos con psicología no se daría el caso. Para triunfar hay que ser buen estratega. Me revienta reconocerlo porque yo soy de las que se deja llevar por el corazón y me encantaría que todas las personas fueran nobles y honradas, pero por desgracia no es así, de modo que juegas tus cartas de puta madre o estás vendido.
Para llegar a esta conclusión he tenido que pasarlas de todos los colores. Alguien me dijo una vez que entre el blanco y el negro hay una escala de grises que no contemplaba... Tenía razón, como siempre. Soy mujer de extremos, qué le vamos a hacer.
El caso es que ahora que tenía un momento me ha venido a la mente uno de mis pensamientos extremos y, para mi asombro, a medida que escribía me convencía de que el tiempo me ha hecho más tolerante. Como empecé diciendo, todo es cambiante.

miércoles, 12 de mayo de 2010

ANTONIO VEGA

Hoy se cumple un año de tu muerte y te sigo echando de menos.
¿Qué te voy a decir que no sepas? Acabo de ver un vídeo tuyo y he llorado. Estoy pensando que un día de estos escribiré una canción para ti. Seguro que te gusta.
Estés donde estés ven conmigo cuando te piense, cógeme de la mano y escribamos algo bonito. Cuando la emoción me paraliza sólo otra más grande consigue activarme. Hoy te pienso de manera diferente que otros días. Te imagino a mi lado, sonriendo y dictándome lo que tengo que escribir. Me dices que no escriba más, que descanse y que espere respuestas. Pero mientras llegan pregunto y sigo preguntando. La paciencia no es mi gran virtud. Algún día, cuando las agujas de los relojes señalen hacia el infinito y las hojas de los calendarios vuelen libres como tú vuelas, cuando la gente camine mirando el cielo y busquen el sitio de su recreo, entonces, sólo entonces sabré que sé más de lo que sé ahora.
Hoy me dormiré escuchándote. Intentaré no llorar pero no te prometo que lo consiga. Me enterneces tanto que me quedo sin voluntad y sin dominio. Pero por ti merece la pena.

lunes, 10 de mayo de 2010

SÓLO NECESITO UN MOMENTO

Ahora que tengo un rato escribo lo que me pasa por la mente.
No sé por qué pero estoy inquieta, como si algo inminente me fuera a suceder. Si es bueno o malo no lo sé porque está visto y comprobado que la vida es una caja de sorpresas de la que no se libra nadie. Aunque, sinceramente, pensándolo mejor espero que lo que vaya a ocurrir me llene de alegría. Hoy es uno de esos días en los que la impaciencia le puede a mi lado racional. Tengo prisa por averiguar qué es lo que va a ocurrir. Tecleo muy deprisa como siempre que estoy nerviosa, no paro de dar vueltas y de mirar mi teléfono a cada instante. No me concentro y eso consigue alterarme aún más. Respiro hondo, cierro los ojos y cuento hasta diez. Ahora los abro y sigo escribiendo con la misma sensación que cuando empecé. Tengo que seguir escribiendo y no en mi blog, precisamente.
Las letras pueden hacerse pesadas y aburridas. Confieso que adoro la literatura pero reconozco que el trabajo de escritor tiene un lado dulce y otro amargo. Cuando lo que tienes que decir no te gusta pero debes decirlo, cuando quieres expresar algo pero no encuentras la manera porque tienes ocupada la mente en otras cosas, cuando el oficio es por encargo y, por consiguiente, poco creativo.
Cojo aire de nuevo y cierro los ojos. Inclino la cabeza hacia los lados, primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. No cruje nada. Las contracturas están controladas. Puedo seguir escribiendo.
" Mi nombre es Meritxell y estoy espesa. Decididamente, me daré un descanso.
Mañana las letras volverán a presentarse radiantes como de costumbre y me inundarán con su elegancia y encanto. Mañana será otro día, mañana..."