viernes, 31 de julio de 2015

CARTA A DIOS

Querido Dios:
te debo esta carta desde hace tiempo, y hoy, por fin, me decido a escribirte. En primer lugar, te pido perdón por haberme enfadado contigo en algunas ocasiones. Tú, que tienes mejor memoria, las recordarás mejor que yo. Creo que de todas las veces, la que más me enfadé fue cuando te llevaste a I. Hoy he entendido que tuviste tus motivos, y que nunca te llevas a nadie a un lugar peor, sino a un sitio mucho más hermoso del que, tarde o temprano, se regresa. Entonces no lo veía de ese modo, y te grité, te ofendí y te dije que no habías sido justo y que ya no  creía en ti. Tú me contestaste a tu manera, como siempre haces, pero yo no consideré que responderías de ese modo. Me devolviste algo que no era mío, que nunca me había pertenecido, sin yo saber a lo que me exponía. Siempre te he culpado por llevarte a las personas que más he querido en mi vida. Ahora entiendo que las cosas no funcionan así, que nadie nos pertenece eternamente, que el amor no es esclavitud y las personas se quedan sólo un ratito, justo el necesario. Te pido perdón por responsabilizar de mis errores y decisiones a otras personas, por no saber valorar el amor que me das a través de ellas, porque me has permitido verte en cada corazón y en cada caricia recibida, por tantas cosas y personas maravillosas que pones cada día en mi camino y yo ando tan deprisa que no me doy cuenta... Y te llamo, te reprocho que me has abandonado cuando la realidad es que estás más cerca de mí que nunca. Estás dentro, ocupando cada rincón de mi cuerpo.
Dios, te doy ahora las gracias por todo lo que me enseñas, por la fuerza y el valor, y por esa capacidad de amor tan infinita que sólo he podido heredar de ti. Podría escribirte muchas líneas, pero lo esencial ya lo he dicho. Lo mejor de hablar contigo es que no se precisan muchas palabras. A ti te gusta lo sencillo, aunque la gente se empeñe en hacerte complicado. Que todo el mundo sepa que tú eres lo  más importante en mi vida, mi luz y mi guía. En tiempos donde la FE se está perdiendo, aprovecho esta misiva para transmitir que los milagros ocurren cada día, porque el milagro es una célula que habita en nosotros. Sólo hay que saber activarla.

sábado, 18 de julio de 2015

ALAS DE PAPEL

Detrás de las cortinas podía contemplarse un hermoso jardín. Había dejado la puerta abierta por descuido y una mariposa revoloteaba aturdida entre el visillo, golpeándose contra  los cristales. Era la última mariposa del mes de agosto. A ratos se quedaba quieta, pensativa, para luego sacudir las alas con fuerza. De repente, sorprendiéndome a mí misma, la tenía agarrada entre mis dedos pulgar e índice. Sus alas, blancas y frágiles, parecían estar a punto de romperse. Me moví muy despacio para no asustarla mientras avanzaba por el salón en dirección contraria al jardín. Todavía no quería soltarla. Retener a una criatura tan vulnerable me daba poder, una especie de autoridad indiscriminada y cruel. Pero no quería hacerla daño, sólo admirarla. Su fragilidad la hacía más bella. Cuando dejó de resistirse me asusté. Ya no movía su cuerpo ni intentaba escaparse. Pensé que había muerto, como aquel pajarito que encontré malherido y adopté para salvarle la vida. Durmió en el calor de mi pecho cuatro noches, pero a la quinta no llegó. Cuatro noches de insomnio porque cada veinte minutos le daba de comer papilla con una jeringuilla. Fue como cuidar de un enfermo, o de un bebé. Me costó muchas lágrimas aceptar que había muerto. Me apresuré a llegar al jardín para dejarla libre. Hacía un buen día. Me saltó a los ojos el verdor de la hierba y el rojo intenso de los geranios. La luz del sol empezaba a escaparse y una bandada de pájaros atravesaban las nubes. La vida desfilaba más libre y soberana que nunca por delante de mí. Separé con delicadeza mis dedos y la mariposa zigzagueó en el aire. Le llevó unos segundos adaptarse a la libertad recobrada, pero enseguida se posó en una flor, donde permaneció un largo instante. Parecía no querer irse. Me sentí aliviada al verla llena de vida, agitando sus alas transparentes como si se despidiera de algo, tal vez de mí. 
Era tan libre, tan fuerte y frágil a la vez, tan sencillamente hermosa...
 
Meritxell

jueves, 16 de julio de 2015

EN MI TINTA, COMO SIEMPRE

Qué placer sentarme a escribir para mí. Ésa es la regla de oro: escribir para uno mismo antes que para los demás. Si luego alguien te lee, miel sobre hojuelas. Ahora tengo tiempo de contarme un cuento. De esos con final feliz, que tanto me gustan. El calor entra por la ventana y mi cabeza no para. Tengo dos manuscritos encima de la mesa, unos cuantos mensajes por contestar y la lengua bañada en tinta roja. Eso me pasa por morder lo que no debo. Una fea costumbre la de mordisquear los bolígrafos, y muy peligrosa. Puedo describir el sabor de la tinta con una precisión asombrosa, soy experta en degustaciones exóticas. Cualquier día de estos escribiré una entrada sobre el tema. Se me ocurren unos cuantos productos, o sustancias, merecedoras de atención: tinta, almizcle, tiza, plastilina...  Que no se me olvide comentarle a mi alergólogo que como tinta, y que no lo hago a propósito, lo que sucede es que al boli se le suelta la tripa. Cuando estoy más concentrada, ¡boom! Me escupe en toda la cara. Pero tiene una justificación profesional. Yo creo que le coge estrés y somatiza, seguro que es eso. Ahora que pienso, prefiero la tinta que las lentejas. Mi abuela me obligaba a comerlas un día a la semana, y mi abuelo, que era un santo y le daba pena verme sentada delante del plato mareándolas con la cuchara, me echaba un cable cuando la abuela se despistaba. Comía de su plato y del mío al mismo tiempo; cucharada iba, cucharada venía, y todo eso procurando que no se percatara porque de lo contrario me llenaba más el plato. A veces me las pasaba por el pasapuré para ver si así me las comía, pero qué va, era mucho peor, me daban unas arcadas que me moría. A día de hoy sigo sin poder verlas. Las legumbres en general me dan escalofríos. Y es que donde se ponga una buena tinta roja y fresca que se quite el resto. Voy a ver qué hago con mi lengua. Me cepillaré los dientes y brindaré con un colutorio mentolado,  a ver a lo que sabe. Chinchín.

lunes, 13 de julio de 2015

TRÁFICO DE EMOCIONES

Soy adicta. Lo reconozco. Estoy enganchada a la droga de tu piel, de tu lengua, de tus caricias, de tu saliva. Si no me chuto me pongo malísima. Y tú eso lo sabes. Llevo unos días que me siento de puta pena. Si mi madre me oyera hablar de esta manera me lanzaría dardos con la mirada. A fin de cuentas, me educó para ser una princesa y no una mal hablada. Qué más da. ¿Quién dice que una dama no puede escupir sapos y culebras? Yo cuando estoy enfadada lo hago, y no sabes de qué manera, pero enseguida me recompongo y vuelvo a mi estado natural. Soy una niña buena, muy buena cuando quiero, pero también una puta. Es cuestión de práctica, lo de ser buena, me refiero. Hoy, que soy una yonqui de mierda, me apetece ponerme las medias de rejilla y ser una tipeja vulgar. Pero lo de compartir jeringuilla ya es harina de otro costal, no me gusta trapichear con mi droga si es de calidad. Por una dosis tuya hoy mataría. Perdería mis ansias de libertad, huiría de todo cuanto me rodea y te entregaría mi alma. Porque debes saber, pedazo de cabrón, que me has robado el corazón. Disculpa por el vocabulario, pero hoy soy más yonqui, más puta y más mal hablada de lo que he sido en toda mi vida. Has sabido tocar la tecla. No levantes el dedo, no lo hagas porque entonces muero.

miércoles, 8 de julio de 2015

CERRADO POR VACACIONES


Lo bueno de que se acerquen las vacaciones es que a uno le entran más ganas de todo, como si de repente las cosas se precipitaran y tuvieran que acabarse cuanto antes. Es una sensación rara. Hacía tiempo que no escribía en mi blog, y no por falta de ganas. Supongo que no tendría nada importante que decir. Y sigo, creo, sin nada suficientemente importante. En caso contrario, lo omitiría. Las cosas trascendentales quedan en la más absoluta privacidad, pues si no perderían su encanto. Siempre he pensado que esto del blog es como conversar con nadie y todo el mundo a la vez. No sabes quién te lee, pero sí que alguien lo hace. El concepto que saquen de una ya es otra cosa, aunque  a estas alturas poco me importa, la verdad. Tiene gracia, nos pasamos media vida aprendiendo a comportarnos para vivir en sociedad y luego descubrimos que la sociedad es eso tan gracioso que no sabe comportarse. Es bastante caótico, enrevesado. Llegados a este punto se produce lo que se llama crisis existencial o problema de adaptación. Eso a los psicólogos les encanta, lo de poner nombres, me refiero. Sigo opinando que los psicólogos son una pérdida de tiempo. De tiempo y dinero, porque baratos, lo que se dice baratos, precisamente no son. Antes la gente se confesaba con los curas, pero ahora las tendencias han cambiado. Están de moda, los psicólogos son los reyes del mambo, aunque no sirvan para nada. Retomando el tema... cuando llegan las vacaciones nos sentimos distintos. Parece que cerramos un capítulo de la historia para adentrarnos en otro más paradisíaco, o más aburrido, dependiendo de las circunstancias. Sea como sea, cambiamos horarios, rutinas y hasta de destino. Personalmente, a mí las vacaciones me desestabilizan. Iré al revés del mundo, quién sabe, pero eso de salir a la calle y ver los comercios cerrados me produce cierta tristeza. Un pueblo desértico es un paisaje desolador. Ahora me viene a la mente 'Memorias de África', será por lo del clima desértico. Me fascina esa película, la habré visto diez o doce veces, incluso más. Kenia: el viaje que nunca llega. Buen título para hacer una segunda parte. Viajar a Kenia es un proyecto que tengo en mente desde hace mucho tiempo, aunque me preocupa la idea de añorar luego el amanecer en las sabanas. Lo digo completamente en serio, la añoranza de algo tan hermoso puede conducirte a una muerte temprana, y qué muerte más trágica la de morir bajo un cielo gris con aroma a carne putrefacta.


martes, 7 de julio de 2015

TIC-TAC, TIC-TAC

Bueno, supongo que es de esas cosas que no se planean. Suceden y punto. Casi que mucho mejor, así no hay tiempo para pensárselo dos veces. La espontaneidad es mi aliada. Me conoce bien.  Y yo a ella. Algún sustillo que otro nos hemos llevado a lo largo de estos años, pero también muchas emociones y momentos sorprendentes.
¡Oh, el factor sorpresa! Siempre te pilla desprevenida y con el pelo revuelto. Hace muchos años decidí no llevar reloj. Me incomoda la idea de verme controlada, condicionada por un chisme que marque mis momentos. Todo lo que gira ahora alrededor nuestro son chismes controladores. Los muy cabrones, se han propuesto dirigir nuestras emociones, actos y pensamientos. La libertad ya no es fiel a su concepto. Yo amo tanto la libertad... tanto que a veces me siento en desigualdad de condiciones con el resto. En cierta ocasión alguien me dijo que aunque pedía a gritos que tiraran de mi carro luego no lo permitía. Y así es difícil, muy difícil. Mi opinión es diferente. Para tirar del carro de alguien hay que ser muy inteligente y tener empatía. Sigue siendo difícil, lo sé. La empatía es casi un don. No, la empatía es un don en toda regla. A estas horas de la noche, con un calor sofocante, los pensamientos filosóficos que, inevitablemente me transportan al pasado, me acaloran aún más. Las experiencias del pasado conforman el presente. Es injusto, pero así es. Aunque, pensándolo mejor y dejando de lado los planteamientos filosóficos que no proceden a estas horas - básicamente porque no me da la gana que inunden mi cerebro en este momento- siempre sucede algo o aparece alguien que puede tirar del carro a una velocidad de vértigo. Algo sucede, algo está cambiando, me resisto y lucho conmigo misma porque me intimida admitir el cambio. Quiero seguir sin ponerme el reloj. No me gusta esa clase de chismes. No creo en el tiempo, ni en los espacios cerrados, ni en los factores externos que condicionan la libertad o el libre albedrío, como queramos llamarlo. No creo en las promesas, pero sí en los proyectos y movimientos. Me gusta la filosofía y todo lo que tenga que ver con las letras, pero estoy cansada de escribir rápido. Mejor despacio y con buena letra, sin prisa pero sin pausa. Tic-tac, tic-tac, tic-tac... mi corazón palpita rápido. Voy a tener que quitarle la pila al reloj -al chisme- que habita en mi pecho. Quiero dormirme en el carro del silencio abrazada a la luna que entra por la ventana.