martes, 17 de junio de 2014

QUÉ IMPORTA

Qué importa si te tengo o no te tengo,
si tenerte es acercarme a ti con un recuerdo.
Llora el cielo y los cristales recogen sus lágrimas,
y entre erratas, correcciones y compuestos léxicos, cojo aire y pienso
qué importa si te tengo o no te tengo.
Si sólo el amor conoce el lenguaje del silencio,
las pasiones carnales no entran en el juego,
y mientras  pienso si te tengo o no te tengo,
si tú me tienes o no me tienes,
si la distancia es un regalo o un precio,
pienso también que poco importa saber si
te tengo o no te tengo,
pues tenerte es saber que te pienso y no tenerte es no llevarte en el pensamiento.




domingo, 8 de junio de 2014

LAS CAJAS DE LA VIDA

Dentro de una cajita de madera hay escondido un secreto. No tiene forma, porque no existe para nadie, ni color porque no puede verse. Sospecho que alguien conoce mi secreto, pero desconoce sus límites. Me gustaría cambiarle el nombre. La palabra secreto no me gusta demasiado, no soy de las que esconde sus sentimientos, aunque cierto es que lo importante me lo reservo. Hay intimidades que no le interesan a nadie, y es una manera de evitar malentendidos o males mayores. Las personas aburridas con sus vidas suelen entrometerse en las ajenas, casi siempre sin permiso, así que prefiero cerrar las puertas. La cajita, en este caso. Empleo el diminutivo porque mi secreto no necesita tanto espacio, las cajas grandes servirían para las vidas caóticas que suelen llevar las personas sin rumbo y, por suerte, yo todavía no lo he perdido. Soy perseverante en mis sentimientos e ideas si son profundas y tienen fundamento, pero no me aferro a nada. Si no recuerdo mal, alguna vez he hablado del yo fenoménico, que tanto detesto. La libertad es el estado perfecto, todos deberíamos aplicarnos el cuento. Demasiadas normas para una sociedad que está podrida. Es por aparentar, el civismo es inexistente cuando la doble moral se impone en todos los ámbitos, así que menos sermones moralistas y más pragmatismo. Me quedo con la sensación de que estoy sola en el mundo. Mi idea de ampliarlo me tienta, mas al mismo tiempo me acojona. Sería muy egoísta por mi parte pensando del modo que pienso. Es complicado arrancar nuevas etapas mientras la cajita sigue cerrada. Y yo, que me tengo por una buena cristiana, pienso que Dios no opina lo mismo. Ando enfadada con él, aunque no sé por qué le meto en esto. Bueno, se me ocurren unas cuantas ideas que prefiero no exponer, no por falta de ganas, sino por no abrir la cajita ni lo más mínimo. Algún día, quién sabe, la destape para siempre y sople fuerte, bien fuerte, para que el viento se lleve lo que hay dentro. El caso es que siempre digo lo mismo, pero luego no lo hago porque en el fondo no quiero. Hay secretos que nos ayudan en el día a día. Lo jodido sería encerrarse en la cajita hasta dejar de respirar aire puro, que siempre hay que hacerlo.
La vida es sueño, como decía el gran Calderón de la Barca, o un carnaval, como cantaba Celia Cruz.
Entre sueño y carnaval me quedo con lo primero, hay más margen de maniobra, y si le añadimos alguna cajita de secretos más intenso será nuestro trayecto por la vida, no sé si llamarla de gloria o de mierda. Depende del momento.

sábado, 7 de junio de 2014

EL CHINO DE LA ESTACIÓN

Era un chino de nombre Zhang Wei que llevaba un pañuelo azul anudado en el cuello. Hiciera frío o
calor, no se desprendía de él y, por alguna razón, siempre pensé que le encadenaba a su presente. Tal vez por su mirada y por la manera en la que caminaba, arrastrando los pies como si la vida le aplastara. Todas las mañanas iba a la estación del tren y se sentaba en el primer banco del andén esperando a que alguien se apeara. Nunca llegó nadie. Lo sé porque le veía llegar todas las mañanas a las siete en punto, con su pañuelo azul en el cuello, y sentarse con las manos entrelazadas. Durante meses le observé cada día, esperando ver algún movimiento o reacción distinta a las anteriores, algo que me hiciera pensar que tenía un motivo para sentarse y esperar. Uno de los días me atreví a acercarme y me senté a su lado. Él no se inmutó, seguía con las manos entrelazadas, pero advertí que le temblaban. Con la espontaneidad que me caracteriza, le pregunté si se encontraba bien. Tuve que repetir la pregunta porque la primera vez no me oyó. Estaba ensimismado mirando el suelo, como si contara cada una de las manchitas de las baldosas grises. Ante mi insistencia, me miró y asintió con la cabeza.
Cuando no esperaba respuesta, exclamó en un español muy poco claro:
- Estoy esperando.
- No vendrá - contesté sin pensar.
No sé por qué dije aquello, pero tuve la certeza de que, fuera quien fuese, o lo que fuese, no llegaría jamás. Llevaba demasiado tiempo esperando.
Al chino le cambió la mirada, parecía más apenado.
- Me llamo Zhang, Zhang Wei - añadió.
Sonreí y omití mi nombre, no procedían las presentaciones, además acababa de llegar mi tren.
- Tengo que irme -dije sin más.
Al día siguiente, a la misma hora, le vi llegar y ocupar el mismo asiento. Seguía esperando, pero no quise inmiscuirme. Zhang Wei me reconoció de inmediato e hizo un gesto de cortesía. Me estaba invitando a sentarme a su lado, y me pareció bien.
- ¡Qué! -exclamé en un tono animado- ¿sigue esperando?
Volvió a asentir con la cabeza.
Entonces, haciendo caso omiso a mi primer pensamiento sensato, le inquirí:
- ¿ Qué es lo que espera?
El chino sonrió por primera vez y susurró:
- A ella.
No contesté, por unos segundos me vino el pensamiento de que no estaba cuerdo. Pero reconozco que su vulnerabilidad me enternecía y me estaba acostumbrando a verle cada día, sentándose en la misma posición, con las manos unidas y su pañuelo de seda azul en el cuello. Después de tanto tiempo no sospeché que ese día sería el último que le viera. Pasaron unas semanas y el chino seguía sin aparecer. Era extraño. Mi curiosidad me tentó nuevamente y sin pensármelo dos veces me dirigí a ventanilla para preguntar por él. Después de tanto tiempo, Zhang Wei  no podía haber pasado desapercibido. En efecto, el taquillero le conocía.
- ¡Ah sí, ese chino! -pronunció en un tono que no me gustó porque sonó despreciativo.
Era de prever -prosiguió- después de lo de su mujer... no quedó claro si fue un accidente pero el tío quedó tocado y, ya hace unas semanas, creo que fue un sábado porque yo libraba, se tiró a las vías. ¿Le conocías? -añadió.
Me costaba respirar y a duras penas pude pronunciar palabra.
La estaba esperando, la esperaba a ella, y yo le dije que no esperara, que no llegaría jamás. Esa idea me quita el sueño.  Zhang Wei, el chino del pañuelo azul en el cuello que me dio su nombre y, posiblemente, su última sonrisa, ha dejado de esperar.