martes, 25 de febrero de 2014

RIGIDECES

"Los afectos, y más concretamente la vida afectiva, son incompatibles con las rigideces que configuran la vida de algunas personas, que parecen estar en la existencia únicamente para cumplir un deber, seguir un criterio o sujetarse a una norma. Son gente que han hecho del cumplimiento el sentido de su vida, todo lo demás –incluidas las personas y sus circunstancias particulares- quedan relegadas a un segundo lugar, porque al andarse con contemplaciones no entra en sus cuadriculados esquemas mentales. Además se sienten terriblemente inseguras –desorientadas- cuando la vida –que no es ni rígida ni cuadriculada- los descoloca de su instalación hecha de imposiciones que tratan de cumplir a rajatabla; suelen ser intransigentes con los demás y muy poco expansivos en sus afectos, porque para este tipo de personas la felicidad viene por el cumplimiento del deber y poco puede añadir el trato afectuoso. Maquillan esta seriedad existencial con cuidadas formas propias de una educación exquisita, pero se mantienen al margen de entrar en situaciones particulares que a lo mejor entrarían en conflicto con su normativa. Muchas veces prefieren mirar hacia otro lado antes que darse por enteradas. Lo que fundamentalmente les falta es humanidad, porque dan la impresión de que no se han enterado de lo que es la vida o al menos quieren dar esa impresión. De otra persona le pueden interesar los detalles (el nudo de la corbata, por ejemplo), pero no caen en la cuenta de la tristeza que anida en sus ojos. Les preocupan las programaciones, los objetivos, las fechas, los plazos, el éxito o el fracaso, pero con tantas y tan variadas preocupaciones el factor humano no es tenido el cuenta, se da por supuesto que el hombre es una máquina que siempre está en condiciones para funcionar con perfección. Las personas rígidas, por lo menos algunas de ellas, terminan derrumbándose aparatosamente y cayendo en una profunda depresión de la que ya no se recuperarán nunca, porque la tensión, el peso moral, el esfuerzo, los escrúpulos, son superiores a la resistencia psíquica que el hombre puede soportar. La espontaneidad, la creatividad, la autoestima, la improvisación, la manifestación de nuestros sentimientos y emociones, el sentirnos queridos y querer, manifestar nuestra humanidad, el no obsesionarnos en los formalismos y en cambio dar muestras inequívocas de nuestro afecto, nos hubieran tal vez librado de una existencia excesivamente normalizada (y/o depresiva)."
La afectividad- Los afectos son las sonrisas del corazón, Miguel Ángel Martí García

jueves, 20 de febrero de 2014

EMOCIONES CRISTALIZADAS

Podría ponerle un nombre a cada emoción,  a ver si así rompo todos los cristales. Nombres de personas, sucesos, lugares... Es como si las emociones estuvieran esperando detrás de una ventana para que alguien de un porrazo las dejara caer al vacío. Pero hace frío para romper ventanas, y viento para abrirlas. Cierro los ojos e intento, en vano, pensar. Porque los pensamientos vienen regidos por las emociones y las mías están muy acostumbradas a no pensar. Están ocultas tras los cristales, aunque a menudo se agitan y saltan pidiendo auxilio. Suicidarse les encantaría, pero no sé por qué extraño motivo yo me resisto. A mí me enseñaron a saltar a la comba y a las gomas elásticas, el deporte de alto riesgo no es lo mío. Tendría unos seis o siete años cuando me caí por primera vez. Lo recuerdo porque me untaron las rodillas con una mercromina muy poco discreta; de color lila. Debí hacerme mucho daño, o pasar mucha vergüenza,  porque desde ese día no volví a saltar. Aprendí a volar, a llegar más rápido, con una  mochila repleta de emociones que no he llegado a soltar.
Si insisto en la idea de ponerle nombre a las emociones encontraría unos cuantos para cada una de ellas. Los nombres propios abrirían viejas heridas, y no me apetece volverme a untar de mercromina las rodillas, ni ninguna otra parte del cuerpo. Soltar la mochila sería la mejor opción, pero hasta para eso encuentro pretextos. Tirarla al vacío sería como renunciar a mi pasado, a todas las personas que, para bien o para mal, me han enseñado algo. Me pregunto si en mi mochila hay más mío o de los demás. Encontrar ahora la respuesta sería abrir de golpe las ventanas, o lo que es peor, romper todos los cristales. Mejor esperar al buen tiempo, la primavera es una estación muy propia para empezar a airear todos los rincones.