viernes, 10 de mayo de 2013

EL YO QUE NADIE CONOCE

Podría ser el título de un libro, y también el reflejo de mí misma. Bueno, una parte de mí misma.
En el silencio de la noche, sólo con la compañía de mi perro y el silbido del aire que se cuela por la ventana de mi habitación, repaso mis últimos pensamientos. Porque los pensamientos se repasan, o se supervisan y se les pone nota. Si existiera una carrera de pensamientos, como la hay de humanidades, por ejemplo, no tendría demasiados adeptos. La gente ya no piensa, actúa por obligación, mucho más trágico que hacerlo por instinto.
Mis pensamientos son los mismos de la semana anterior, pero con una emoción distinta. El estado de ánimo tiene mucho que ver, y el clima también, me supongo.
Creo que necesito descansar. No hace calor pero me apetece dormir con la ventana abierta. Los pensamientos fluyen como el cantar del ave nocturna que revolotea perdida. La emoción es indescriptible, presiento que algo está a punto de cambiar, pero no sé el qué. Me parece bien dormirme con ese pensamiento, o con esa emoción, o con ese no sé qué.