martes, 30 de abril de 2013

LA SEÑORA DEL AUTOBÚS

Hoy he conocido a una señora en el autobús. No era española pero hablaba bastante bien el español y era muy agradable. Como si me conociera de toda la vida me ha explicado que tenía un nieto de cuatro años y, entonces, me he acordado de I. A él le conocí con la misma edad y su nacionalidad era la misma que la de la señora del autobús. Como las casualidades no existen, o yo no creo en su existencia, he puesto más interés en todas las preguntas que me hacía y todo cuanto me contaba. No me he sentido intimidada en ningún momento, ya que me inspiraba confianza. Cuando me ha preguntado la edad ha exclamado un "ohh" muy convincente, y muy alagador también. Pensaba que tenía once menos. Ahora me río, personas así son las que te alegran el día, sobre todo cuando eres mujer y es otra quien te dice lo bien que te conservas. Cuando he llegado a casa, mientras me desmaquillaba y me daba una ducha, he pensado que mi encuentro con esa señora no había sido casual. Cuando las coincidencias se suman en dos personas que no se conocen de nada y con vidas tan diferentes es por algo. Me he acordado de I, y hacía días que no pensaba, aunque tengo fotos suyas esparcidas por casi todos los rincones de mi casa. Era como si quisiera decirme algo, tal vez ha sido un toque de atención porque llevo días descolgada del mundo que me rodea. Y nunca mejor dicho, estoy descolgada. Estar colgada sería peor, muchísimo peor. Cuando pienso en I me pongo triste porque le echo de menos. Echo de menos el amor que me daba, su manera de exigir las cosas, con ese autoritarismo tan impropio de un niño pequeño, sus besos, su sonrisita sin dientes y sus manitas cogiéndome firmemente la cara para que escuchara eso tan importante que me tenía que decir. I.V me cambió la vida, y los que me conocen bien lo saben. Nos pasamos la mayor parte del tiempo preguntándonos, cuestionándonos y buscando alicientes constantemente, y la vida nos sorprende cuando menos lo esperamos con algo o alguien que en un abrir y cerrar de ojos te llena de tanta felicidad que tienes la certeza de que ya no necesitas más. Es difícil de explicar, transmitir una emoción es difícil porque es algo muy personal y, lamentablemente, las personas empatizamos más con las desgracias que con las emociones de este tipo. I.V me cambió. Me dio valor para enfrentarme a las cosas, me dio una lección de humildad porque reconocía sus debilidades y no intentaba aparentar lo contrario. Me enseñó a divertirme cocinando perritos calientes virtuales sentado sobre mis rodillas y, muy especialmente, me enseñó el amor en su estado más puro. Él sabe que aún no he podido volver, pero lo haré en breve si Dios quiere. Lo intenté y cuando vi su bicicleta aparcada en la sala de juegos me derrumbé. Soy una persona fuerte, pero I.V me hizo más vulnerable. Perdí parte de mi fuerza cuando le perdí a él, y todavía hay días en los que me cuesta hacerme a la idea. I.V fue un regalo del cielo, temporal y corto para mí, pero para Dios duró el tiempo suficiente. Todo pasa por algo y nada en la vida es casual. Cada día lo tengo más claro.