jueves, 12 de julio de 2012

LA ÚLTIMA FAROLA

Debes morir un poco para resucitar. Morir no duele, casi más lo segundo, porque todo se presenta como nuevo y te abruma. Tienes que poner el color y la música, y aprender a bailar.
Yo he muerto hace poco. Otra vez. Y he resucitado, también otra vez. Esto me convierte en alguien más fuerte, y vulnerable al mismo tiempo, porque ahora que reconozco la muerte muero con más facilidad. Es como un desmayo, todo da vueltas y más vueltas hasta que te abrazas a una farola evitando desvanecerte y parece que, entonces, todo se detiene. Eso si estás de paso por el mundo, porque si estás en casa te dejas caer en la cama o en la alfombra del salón. Tiene más emoción morir en plena calle porque tienes espectadores. La gente te observa como si nunca hubiera visto morir a nadie, y eso, lejos de molestar, tiene su gracia porque sientes el consuelo de morir acompañada. Hace un mes escaso que he muerto por última vez y aún estoy resucitando. Todo es confuso, es como si las decepciones de estos últimos años se hubieran agrupado en una sola con el propósito de rematarme definitivamente. Pero no me recreo en mi muerte, me importa más la de los otros, siempre me ha dolido más lo ajeno que lo propio, tal vez por ese convencimiento extraño y a la vez casi absurdo de que los demás son más débiles. Siempre dando más que recibiendo, siempre muriendo por el resto y resucitando sola a destiempo, cuando nadie está cerca para reubicarme en un entorno ficticio e intemporal. Han dejado de importarme muchas cosas. Cuando has muerto una docena de veces y has traspasado el umbral de lo irracional le das valor a otro tipo de cosas. Y no sólo de cosas va la historia. Detesto el arte de cosificar, y el yo fenoménico, y todo lo relacionado con el sentido de la apropiación. Amo la libertad desde su lado más estricto, aunque para las cosas importantes nadie nos la haya concedido, lo que me resulta trágico, e injusto, y condenable. Debería ser un derecho decidir nacer y morir sin que nadie lo decida por nosotros.
En mi caso, y después de morir unas cuantas veces y resucitar otras tantas –sin mi permiso, que quede claro- mi lista de prioridades ha cambiado. Y también mi lista de amigos, o de contactos, como se le llama ahora. Antes no esperaba nada, ahora espero algo más. Ésta es una de las grandes diferencias entre estar viva o muerta.