domingo, 8 de abril de 2012

LA MUJER ACTUAL

Como es habitual, termino el domingo planchando y organizando la ropa en los armarios. Reconozco que me gusta planchar, en realidad me gusta la ropa muy bien planchada, y no todo el mundo lo sabe hacer bien. Mi abuela fue mi gran maestra. Tú estudia -me decía-, pero ante todo aprende a ser una buena ama de casa. Debo darle las gracias, pues no hay cosa que más me desagrade que ver a una mujer que no sepa plancharle las camisas a su marido o prepararle un buen cocido. Puede parecer una postura machista, lo admito, un poco lo soy, pero ante todo me considero femenina, y serlo incluye hacer las cosas que una buena mujer haría. Perfumarse y ponerse bonita está muy bien, pero si además sabes cocinar, planchar y limpiar está mucho mejor. No soporto a esas pijas redomadas que no saben fregar un váter, porque hasta para eso hay que tener gracia. Planchar me distrae, es uno de mis momentos de relax. Disfruto deslizando la plancha sobre la ropa y poniendo la raya en el sitio adecuado mientras el olor del vapor me envuelve. Mi abuela me enseñó que las camisas, aunque cuando las compramos llevan la raya marcada, no deben plancharse con raya. Lo fácil es hacérsela, pero para que esté bien planchada hay que dejar la manga lisa, sin ninguna marca. Me horroriza ver a hombres vestidos con traje y chaqueta con las camisas mal planchadas. Ahora somos demasiado modernos, los hombres cocinan y planchan más que las mujeres, que sacuden la ropa como si estuvieran matando moscas, y así, tal cual, se la colocan. Los tiempos han cambiado demasiado, y los hombres ya no colaboran, sino que hacen absolutamente todo. Una mujer no debería pensar en casarse y tener hijos si no está preparada para llevar una casa. Hay que tener gracia para todo; para trabajar fuera y dentro del hogar, y para eso se necesita una gran inteligencia y feminidad. ¿Nos conviene ser tan modernos? Ésa es la cuestión.